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Apoyan venezolanos reconstruccion de escuelas en Pinar del Rio
Tras el paso de los huracanes Gustav y Ike, Los Palacios es uno de los cuatro municipios beneficiados con el trabajo de constructores venezolanos

Los Palacios.— El sancocho es una sopa tradicional en varios países latinoamericanos, Venezuela entre estos. Es un caldo espeso al que se le agrega algún tipo de carne. Pero en Cuba la palabra sancocho tiene otro significado, al menos en Pinar del Río.

Así le llamamos a las sobras que se destinan para alimentar a los cerdos e incluso despectivamente se le nombra de ese modo a una comida mal cocinada. Sin embargo, los cruzamientos de cultura que tienen lugar isla adentro con la llegada de estudiantes latinoamericanos y de colaboradores de Venezuela, han tomado por sorpresa a más de uno.

¿Cómo que nos invitan a un sancocho?, se asombró un funcionario cubano de uno de los municipios en los cuales laboran decenas de venezolanos en la recuperación de escuelas.

Al entrevistar a varios de ellos les advertimos sobre el posible y jocoso malentendido que podrían provocar si no aclaraban la significación de este vocablo, o la de «carajito», como se les dice a los niños en varios sitios de la patria de Bolívar.

Entre divertidos y curiosos, William José Ortiz Salazar, jefe de la brigada número 29 que se encuentra en Los Palacios, y el joven Israel Márquez Trujillo, ambos venezolanos, nos miran mientras les damos estos datos necesarios para andar por la geografía pinareña.

Ellos forman parte de un contingente de cien hombres, distribuidos en cuatro grupos y en igual número de municipios perjudicados por Gustav y Ike: Bahía Honda, Consolación, San Cristóbal y Los Palacios.

En este último municipio se encuentran ocho albañiles, cinco electricistas, siete plomeros e igual número de carpinteros, aclara William, jefe de este grupo, quien vive en el estado de Miranda. «Nos han tratado bien, son cordiales con nosotros y nos ayudan en lo que pueden.

«Anteriormente conocí a varios médicos cubanos que trabajan en mi país. Varios se alojaban en casa de un vecino mío. Siempre me admiró cómo iban a los barrios a los que anteriormente no acudía ningún médico.

«Por ello cuando el presidente de la Misión Ribas hizo las captaciones para ayudar a Cuba en la recuperación de los huracanes, me incorporé. Permaneceremos aquí por un mes; después vienen otros compañeros y así rotamos».
Israel quiere estudiar medicina

Israel, de 27 años, el más joven de los venezolanos entrevistados, nos aseguró que quiere estudiar Medicina en Cuba y que ya se incorporó al programa de la Misión Ribas, el cual da la posibilidad de realizar ese sueño.

Varias muchachas de la escuela en la que trabajan pasan por su lado y lo saludan. «Los cubanos son chéveres; nos enseñan hasta a bailar casino», afirma y sonríe mientras conversa.

«Soy trabajador social en Venezuela. Es muy bonito porque puedes ayudar a la gente, tenderles la mano. Concluí el bachillerato gracias a la Revolución Bolivariana. A principios del próximo año vengo a estudiar Medicina en Cuba. Esta pequeña nación nos ha enseñado muchas cosas, sobre todo que se puede luchar por los que menos tienen. Las relaciones entre ambos países son un ejemplo para otros pueblos».

El campamento de este grupo de venezolanos está en la zona del Quíquere. Se han insertado bien en la comunidad. Ponderaron el agasajo que les hicieron con «sancocho» y todo en Paso Quemado.

«Estaba muy sabroso, y tenía hasta picante, cómo nos gusta», confiesa William.

«No les gusta perder ni un minuto, son muy trabajadores y educados. Casi hasta el anochecer permanecen en sus tareas». Con estas palabras se refiere a los amigos venezolanos Servando Hernández Paula, jefe de ciclo en la escuela primaria Pedro Hernández Camejo, en Los Palacios, la cual perdió techo, ventanas y puertas durante los huracanes.

Los pequeños iniciaron el curso escolar en disímiles locales, desde casas de los mismos alumnos y maestras, hasta en la Fiscalía y la Dirección de los CDR; pero ya se encuentran en su sitio de siempre.

Integrantes de un pelotón de Tropas Especiales de la unidad vueltabajera conocida como El Cacho colocaron los techos, apoyados por trabajadores de la escuela. Después se incorporaron en otras tareas los colaboradores de la tierra de Bolívar.

La dirección del plantel explicó a los niños en un acto quiénes eran esos hombres que vestían pulóveres rojos. Niños al fin y al cabo, impulsados por la curiosidad, ya han hecho gran amistad con quienes les ayudan. Hasta se ponen sus cascos de constructores.

Los maestros, sin darse cuenta, ya tienen hasta un acento parecido al «cantao» de los venezolanos. Los unos aprenden de la cultura de los otros, la asimilan e incorporan. Sin casi notarlo concretan en la práctica la sentencia: «Subir montañas hermana hombres».

(Juventud Rebelde)

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