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Luis Rogelio Nogueras cumpliría hoy, de no ser por la muerte que lo arrancó tempranamente de una vida en pleno esplendor, 70 años. Para recordar al intelectual íntegro que fue, están previstos en distintos sitios no pocos homenajes.

La presentación de la antología Me quedaría con la poesía (Letras Cubanas), a cargo de la editora Neyda Izquierdo, quien fuera su compañera;  la compilación Entre el cuerpo y la luz, que acaba de nacer con el sello Realengo del Centro Pablo; el panel que lo abordará en muchas de sus dimensiones esta tarde en el capitalino Centro Dulce María Loynaz, y la entrega este mismo día del premio Luis Rogelio Nogueras,  convocado por el Centro Provincial del Libro y la Literatura de La Habana, son algunos de los más significativos momentos en que Wichy, como era conocido entre amigos y admiradores, será póstumamente agasajado.

Con toda seguridad en esas manifestaciones de cariño y de franca justicia, no faltarán alusiones a los muchos méritos que lo definían, un modelo de intelectual revolucionario en todos los sentidos, ni dejarán de mencionarse los importantes lauros que mereció en su corta vida. El premio David por su poemario Cabeza de Za¬na¬horia, en alusión a su propia cabellera roja, el Casa de las Américas, por Imitación de la vida, por el que un prestigioso jurado le reconoció su contribución a la lírica castellana, o los de narrativa obtenidos por El cuarto círculo —en coautoría con Guillermo Rodríguez Rivera y por Y si muero mañana, otorgados por el Minint y la Uneac, respectivamente.

Tampoco evadirán los elegidos la remembranza de Wichy como integrante de la generación del Caimán Barbudo, una publicación creada en 1966 en cuyos “postulados” se reverenciaba la idea defendida por José Zacarías Tallet acerca de que “la poesía está en todas partes, pero la cuestión es dar con ella” y que quiso y consiguió reflejar en sus páginas el proceso de cambio que vivía la sociedad cubana en los primeros años del triunfo revolucionario, porque pretendió “escribir desde la Revolución”.

Al remitirse a su poesía, medio expresivo que prefirió sobre otros que también le fueron raigales —como el cine, el periodismo, la traducción, la narrativa, el dibujo— no dejarán de mencionarse su talento descollante, su originalidad exquisita, su humor usado magistralmente co¬mo arma, la variedad de su temática, su rigurosa exigencia consigo mismo, todo esto concebido en  una obra “fuera de serie” al decir del poeta Delfín Prats, perteneciente a la generación de escritores coetánea con Wichy.

Su magnífico desempeño en el ICAIC como director de dibujos animados (Sueño en el parque) y como guionista (El brigadista, Leyenda y Guardafronteras), sus investigaciones literarias al servicio del Instituto Cubano del Libro y de la Educación cubana  y su quehacer en las revistas Cuba Internacional, como colaborador, y como jefe de redacción en el Caimán… y en Cine Cubano rezarán entre los momentos más importantes de su fructífera existencia.

Nutrido será el público que sabiendo del homenaje a Wichy presenciará las veladas. Un público joven, que no le fue contemporáneo, formará parte del que sí lo conoció para acompañar la palabra de los que presenciaron sus desvelos e ingeniosidades.

Esa concurrencia de los que nacieron décadas después —como también la permanencia espiritual de Wichy en la actual generación de lectores de poesía—  se explica por la divisa que el autor nos ha legado con sus escritos, como parte esencial de la literatura cubana revolucionaria.

Nos acompaña la imagen del Cisne salvaje cuando ante nuestros deseos se despliega el imposible: “Ama el modo en que ignora que tú existes”: Ante la ironía poética y el humor espontáneo recordaremos inevitablemente los versos de Horario de oficina o de The raven: Aquella tarde yo estaba solo. / Tocaron la puerta. Abrí: / no había nadie, no entró / volando un cuervo ni nada.

Como nadie Wichy nos deja en poesía la imagen de la fiesta que acabó: “colillas marcadas con creyón de labios en los rincones, / y la carne durmiendo en las fuentes”; la frustración del mal poeta enamorado que “pobremente distribuyó sus ayes y suspiros / en pésimos tercetos y cuartetas”; pero se encargó también de nombrar, con palabras que calan hondo en sus lectores, la ambivalencia del amor y el desamor.

Uno de sus versos más antologados, Materia de poesía, es de esos poemas que hizo y  seguirá haciendo vibrar a quienes se sirven de un poemario para leerse a sí mismos: Qué importan los versos que escribiré después / ahora /cierra los ojos y bésame / carne de madrigal / deja que palpe el relámpago de tus piernas  / para cuando tenga que evocarlas en el papel (….). Tal vez por esa identificación que nos deja absortos ante el papel y desnudos ante nuestro espíritu, Wichy no muere del todo. En su obra florece sin falta.

Fuente: Granma

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