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  • Publicado por: lena campos
  • 03 / 28 / 2014


A los 81 años de edad que cumplirá mañana el laureado director técnico del voleibol, Eugenio George Laffita, une su incansable espíritu de mantenerse ligado al deporte.

Al mejor entrenador de equipos femeninos del mundo en el siglo XX, integrante del Salón de la Fama, ganador de tres medallas de oro olímpicas (Barcelona 1992, Atlanta 1996 y Sydney 2000), junto a igual cantidad de primeros lugares en los Campeonatos Mundiales de 1978, 1994 y 1998 no le queda torneo donde no haya triunfado. Este vencedor en Copas del Mundo, Grand Prix, Juegos Centroamericanos y del Caribe, Panamericanos, y de otras lides, conversó con Granma con la amabilidad y sencillez que lo caracterizan.

—¿Cuántos años le has dedicado al voleibol?

—Integré los equipos Cuba en los que actué como atacador auxiliar en los Panamericanos de México 1955 y Chicago 1959, y cerré mi carrera en los Centroamericanos de Jamaica 1962. Pasé a entrenar a los varones juveniles hasta que en 1968 asumí a la preselección femenina de mayores, con la que concluí después de los Juegos Olímpicos de Beijing 2008. Últimamente he colaborado como asesor de la Federación Cubana de este deporte.

—Te hicieron diversas propuestas para trabajar en el extranjero.  

—Mira, siempre han existido esas ofertas, algo natural en el ámbito internacional cuando hay directores técnicos que se destacan a partir de algunas victorias importantes. Recibí ofrecimientos de clubes japoneses, del equipo nacional holandés para laborar allí desde 1996 al 2000, de la selección norteamericana de mujeres, pero lo mío es una responsabilidad con la Revolución y el voleibol cubano. Estuve al frente de colectivos como un medio de expresar el desarrollo social de nuestro país, lo cual implica actualizarse no solo en el deporte, sino preparar a nuestros jóvenes fuera del terreno, más allá de ganar medallas. Conté con la colaboración de técnicos amigos quienes aportaron mucho sobre los temas científicos y metodológicos, cómo evolucionaba el juego, su dureza y otros elementos para conformar los entrenamientos.

—¿Es cierto que en Estados Unidos solicitaron tu asesoría para crear una liga femenina de ocho selecciones?

—Eso es real. Acá me autorizaron para organizarla, fue un proyecto concebido con el interés de formar aproximadamente a cien jugadoras que después nutrirían a distintos clubes, incluso, tenía a la conocida atacadora china Lang Ping bajo mis órdenes. Me ofrecieron ponerme al frente de uno de esos elencos o ser el administrador del evento, pero no acepté.

 —Fuiste varias veces con las muchachas a Japón a mediados de la década de los 70, cuando las Niñas Magas del Oriente nos ganaban fácil. Sin embargo, en el Mundial de 1978, Cuba las derrotó 3-0 por la medalla de oro.

—Habíamos perdido en diversas oportunidades, pero los japoneses pronto comprendieron que las cubanas presentaban condiciones y, por esa razón quisieron tenerlas cerca, para seguir su desarrollo. Eso les facilitó a las niponas su actuación en el Mundial de 1974 y en otras competencias en las que tenían la certeza de que nos  superarían. Ya en 1978 vinieron a Cuba, no pudieron triunfar ni en un solo partido y, cuando retornaron a su país, cambiaron a esa generación de voleibolistas antes del Mundial de ese año, donde las vencimos 3-0 en la disputa del oro. Discutieron el primer lugar por encima de la antigua Unión Soviética, que era la sede y contaba con una nómina de superior calidad.

—En 1979 te condecoran como Héroe Nacional del Trabajo.

—El acto se celebró en Holguín, cuando conmemoraron allí el aniversario 26 del 26 de Julio. Fue el propio Raúl Castro quien me condecoró, un hecho muy significativo para alguien del voleibol que por primera vez era acreedor a ese mérito.

—¿Qué valor le concedes a la Orden Collar de Oro otorgada por la Federación Internacional de este deporte?

—Estos reconocimientos los acepto con mucho orgullo, pero no los recibo a título personal, pues en nuestro trabajo han participado tanta gente que no son reconocidos, como Tito del Cueto, Eliseo Acosta, Andrés Hevia, Antonio Perdomo, Luis Felipe Calderón, mi compañera en la vida Graciela González, todos fallecidos. Es difícil olvidarse de ellos en los momentos de una condecoración.

—Perdomo fue entrenador junto a ti por largo tiempo. ¿Cómo se repartían las responsabilidades?   

—Junto a él compartí durante 44 años, pues “Ñico” empezó en esto a los 16. Se nutrió de conocimientos, era muy inteligente y facilitaba que estableciéramos el plan táctico del equipo; de ahí que por su gran entusiasmo dirigiera al plantel. Yo complementaba su tarea con algún criterio en medio de los partidos. Además, el cuadro de dirección funcionaba al unísono, pues también —como acontece hoy— lo componen el médico, el sicólogo y el fisioterapeuta, puestos en tensión para asumir con éxito los entrenamientos extremos, con cargas máximas, para soportar los rigores de desafíos a cinco sets.

—¿Qué respondes cuando dicen que aquellos éxitos olímpicos y mundiales correspondían a un voleibol de laboratorio?

—Un amigo días atrás me hizo ese comentario. Le respondí: no digas esa barbaridad, nosotros somos de concentración. Este tipo de adiestramiento lo realizan los equipos que no participan en alguna liga, por lo cual estás obligado a exigir en cada sesión de entrenamiento el valor de un partido de alto nivel, y hasta que no alcances ese resultado, no puedes irte del tabloncillo. Ello obliga a ponerle a las jornadas una mayor carga científica, metodológica, gracias a eso Cuba, en el mes de marzo, ya poseía a su selección en condiciones de competir contra cualquiera.

—¿Por qué la baja de los conjuntos del patio?

—Aquí hubo años en que se abandonaron algunas prácticas beneficiosas. Existen diferencias en la preparación de las mujeres y los hombres, eso hay que contemplarlo, pero después de Beijing 2008 varió por completo ese concepto. Ahora, después de un año de la labor de Juan Carlos Gala con el actual grupo de muchachas, se dan las condiciones para lograr mayores cosas y elevar su calidad. En el voleibol es importante “montar” una generación sobre la anterior, ese era un proyecto importante, buscaba que las recién llegadas realizaran lo mismo que se les pedía a las establecidas. Así sucedió con Mireya Luis a su entrada al plantel, a quien Mercedes “Mamita” Pérez le hacía sudar la gota gorda. También se cuidaba la manera de conducirse, de expresarse, de cómo sentarse a la mesa, los problemas los discutíamos ante el colectivo o en privado, según el caso.   

—¿Cómo recuerdas a Graciela González (Chela), tu compañera en la vida y jefa de la comisión técnica nacional?

—Ella permaneció 26 años como miembro de la comisión técnica, y trabajó fuerte para que surgiera la Escuela Cubana de Voleibol. Velaba por establecer la reserva de las preselecciones femenina y masculina, cuidaba de los planes de entrenamiento, del trabajo con los juveniles, de la actividad en las EIDE. El aporte de su grupo de trabajo fue primordial en los éxitos en uno y otro sexos.   

—¿Por qué vienes todos los días a la Escuela Nacional de Voleibol?

—Vengo aquí para intercambiar criterios, aconsejar, ayudar a los entrenadores, contribuir a crear los programas de destreza, de conducta, de velocidad, fuerza, en fin, tengo una experiencia acumulada a la que se suma el aporte de mucha gente para perfeccionar nuestro deporte, en un mundo donde el profesionalismo influye en los rendimientos y en otros factores del juego.

Fuente: Granma.cu

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