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Espectacular Concierto de Orquesta Sinfonica de Venezuela en la Habana
Parecía que la orquesta suramericana siempre hubiera interpretado su música al público capitalino o que los habaneros siempre le aplaudieron desde los estrados del venezolano Teatro Teresa Carreño, sede permanente de esa agrupación.

Tal comunión fue posible porque en el repertorio de lujo de esta sinfónica aparecen piezas emblemáticas de Lecuona y otros grandes de esta isla y porque en el concierto tocó el piano el maestro cubano Frank Fernández.

Todo empezó cuando Angelo Pagliuca, director de la orquesta, entró en escena, se paró ante sus músicos, levantó ambos brazos (silencio absoluto en la sala) y entonces dio un giro vertiginoso a la batuta en una mano.

La música estremeció el capitalino teatro. Los casi 30 violines rasgaron los acordes de Sinfonía Nuevo Mundo, de Dvorak, secundados por violas y chelos que entonaron las almas de cientos de espectadores para lo que habría de venir después.

Interpretaron magistralmente Toccata Bachiana y Pajarillo Aldemaroso, de Romero. Los aplausos más fuertes ante cada nueva entrega hasta que una larga ovación del público de pie anunció la entrada en escena de Frank Fernández, uno de los pianistas de mayor renombre mundial.

Inicio con una pieza compleja del famoso compositor alemán Mozart titulada Concierto No.23 para Piano y Orquesta, acompañado de la sinfónica venezolana. Todo magistral. Apenas un ensayo general y nadie advirtió que era la primera vez que tocaban juntos.

La Malagueña, Danza Negra y la Comparsa, de Lecuona, en los dedos prodigiosos de Fernández y la complicidad de la sinfónica fue el regalo a una primavera que siempre se anticipa en el Caribe.

Le siguió Fantasía Cubana, con arreglo de Sergio Elguin, Moliendo Café de Hugo Blanco y Joropo, de Moisés Moleiro.

Hubo de todo. Hasta humor cuando Fernández se ubicó ante el piano, acomodó su smoking, puso los dedos sobre el teclado y al mirar las partituras, las advirtió borrosas. Había olvidado sus espejuelos.

Se puso de pie. Disculpó que le faltaran los anteojos y salió raudo hacia el camerino en su búsqueda. Una carcajada general sacudió el recinto. Los músicos de la orquesta también sonrieron con el incidente.

Los códigos igual se rompieron. Porque en varias oportunidades el público aplaudió en medio de las piezas y por último, con Alma Llanera, tema que cerraba el concierto, la gente no pudo resistirse al desafío de escuchar en silencio aquella emblemática composicion del venezolano Elías Gutiérrez y le puso voz a la melodía.

El director de la orquesta, al escuchar el canto, se volvió admirado hacia los espectadores y sin poderse contener, dirigió con la batuta el concierto de voces, que en los dos pisos del teatro entonaron la letra de aquel himno.

Y cuando parecía que todo había terminado, Pagliuca habló confidente con sus músicos, quienes tocaron nuevamente Alma Llanera, pero esta vez fue el director quien se puso frente al público y con la batuta, los alentó para volverla a cantar. Y asi fue.

(PL)







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