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En la Habana Diecisiete jurados en busca de los Premios Casa
Refugiados en la central provincia de Cienfuegos, en el hotel Jagua, una de las joyas del patrimonio de la isla, tienen en su contra la espléndida visión de la bahía cienfueguera con el mar del Caribe entrando sin permiso a todas horas, como una tentación para echar al vuelo todo lo que no sea el disfrute sensorial del paisaje.

Casa, el Premio y el Jagua festejan un aniversario común, sus primeros 50 años. El hotel se comenzó a construir en 1956, en los jardines del Palacio del Valle, en el reparto Punta Gorda, zona de la Punta.

Meyer Lanski, uno de los jerarcas de la mafia y el hampa en Estados Unidos, pretendía convertir el Palacio en un casino de juego, al estilo de Montecarlo, con el hotel a su vera. Pero el triunfo de la Revolución de 1959 le desbarató los planes como un castillo de naipes.

Inaugurado el 28 de diciembre de 1959, poco después adquiriría una identidad nueva, con un bautizo de historia que daría su real sentido al nombre de Jagua que, en lengua aborigen significa principio y riqueza. Nacimiento, raíces y acervo cultural unidos. La verdadera riqueza.

Hay frío en el febrero cubano, pero quienes vienen de países como Colombia, Bolivia y México –donde esa estación es cruda de veras, con ráfaga heladas que bajan en ondas sinuosas desde la cornisa de los Andes, en el caso de los suramericanos- sonríen ante una temperatura oscilante entre 10 y 20 grados. Para ellos, es casi una humorada.

Solo algunos le temen a la brisa demasiado húmeda, henchida con los vientos del trópico, que a veces juega malas pasadas. Dicen los meteorólogos que, por eso, la sensación térmica del frío sobre la piel es más aguda.

Los 17 integrantes del equipo sometido a las presiones que todo concurso trae consigo, en especial el apremio de jornadas siempre demasiado breves, tienen a su favor el ojo entrenado y el olfato que les permite detectar casi a primera vista lo desechable y fijar los índices de calidad concursable.

Son los que sirven para medir todo lo que esté por debajo y concentrarse en las obras de más alto vuelo.

Los más “castigados” en esta edición son los responsables de elegir el premio de novela, que acumula 175 materiales. Le siguen los 150 de literatura infantil y juvenil y 50 testimonios. El apartado de literatura brasileña merece renglón aparte: 255 originales que recorren todos los géneros en competencia.

Cada quien lee en el sitio más afín a sus gustos personales, aunque a menudo dos jurados comparten el mismo espacio para intercambiar impresiones o almuerzan todos juntos con sobremesas prolongadas, que son casi mini reuniones de trabajo.

Hablan y discuten entre ellos, pero callan si divisan algún periodista en lontananza, como antiguos caballeros en una alianza sin fisuras con las siete claves de un hermetismo cerrado.

En Cienfuegos, como tampoco en La Habana, son monjes en clausura. Por el contrario, frecuentan centros de interés cultural o histórico, brindan conferencias, participan en mesas redondas y se mantienen al tanto de la realidad social de la isla.

Hasta ahora no han dejado brechas para vaticinios. Pasado mañana regresarán a La Habana y habrá que esperar hasta el 11 para que salga a flote el secreto de los ganadores.

(PL)










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