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Festival de cine de La Habana una continuidad renovadora
Haríamos sinopsis y breves comentarios (sin firmar) de las obras en concurso, los cuales se iban a imprimir en un rudimentario mimeógrafo que se distribuiría entre los delegados y participantes de la cita habanera; al frente de la gestión estaban mi colega Carlos Galiano (jefe de redacción) y Maruja Santos (editora de la revista Cine Cubano, quien durante muchos años asumiría esta labor).

Era algo muy modesto, pero yo sentí la incipiente satisfacción de poner una pequeña piedra en el edificio que, a partir de entonces, íbamos a construir : un festival que crecería con los años, que convocaría a amigos y hermanos de todas partes del mundo, que generaría un indetenible flujo de imágenes cargadas de solidaridad y cohesión identitaria.

Así, aquellos humildes volantes fueron tornándose periódico: poco después suplemento del diario Tribuna de la Habana ( y nombrado Tribuna del Festival), el cual, transcurridos varios años sustituyó su primer nombre por el de Diario, que ha conservado hasta hoy.

El colega Luciano Castillo reemplazó a Galiano al frente de la redacción, que asumió hace algunas ediciones Xenia Reloba; todos han guiado un admirable soporte que, junto a un equipo profesional y laborioso (al que me honra seguir perteneciendo) han erigido la voz del Festival del Nuevo Cine Latinoamericano en estas tres décadas de incansable andar, constituyendo su información, el comentario y la entrevista orientadores y oportunos : la guía de tantos espectadores que lo buscan como pan caliente,.

Como este año también cumplo en la profesión los mismos años que el Festival habanero (dedicados íntegramente a su trabajo en otros tantos frentes: moderación de mesas redondas y conferencias de prensa, presentaciones especiales, jurado…), puedo dar fe de su crecimiento y proyección cada vez mayor; de un bebé con sólo las muestras competitivas y algunas actividades colaterales, ha ido ensanchando su radio y su acción a un encuentro cada vez más inclusivo y cosmopolita

Concebido y presidido desde sus inicios por Alfredo Guevara, y dirigido hace 15 años por Iván Giroud, la primacía regional no ha preterido la presencia del resto del mundo, como alguna que otra voz chauvinista ha podido objetar en ciertos momentos. Muestras de las cinematografías euroasiáticas y de los países árabes, panorama contemporáneo internacional y presentaciones especiales, nos han hombreado con los más prestigiosos y abarcadores festivales, siguiendo aquella sentencia martiana: “injértese el mundo en nuestras repúblicas, pero el tronco siga siendo el de nuestras repúblicas”.

Y así ha sido, es. El tronco latinocaribeño cada vez se fortalece, reverdece y arroja frutos jugosos y maduros.

La incorporación de la industria este año, con proyectos concretos encaminados a estimular la producción y la distribución en y fuera del área (herederos de aquel MECLA, Mercado del cine latinoamericano que durante los 80 impulsó tanto esas gestiones) se ponen a tono con los rumbos certeros de una cinematografía que, paradójicamente, en medio de agudas crisis universales y regionales, vive el cine de nuestra área ahora mismo.

Y es que el Festival de la Habana ha sido testigo de los rumbos históricos y sociales de nuestros países en todos estos años en que el mundo ha girado con velocidad, energía y fuerza mayores.

Los ecos aún latentes de los fundacionales años 60, la insurgencia revolucionaria de Centroamérica en los 70, el regreso chileno de su (no obstante) creativa y reveladora diáspora, los fines de dictaduras e instalaciones democráticas en la Suramérica de los 80, los cambiazos reveladores y diseñadores de nuevos rumbos sociales y estéticos en los 90, prolongados y matizados con los desafíos del nuevo siglo y el nuevo milenio, han sido aprehendidos, proyectados y estimulados por nuestro evento, siempre fiel a la semilla revolucionaria, antimperialista y latinoamericanista con que nació.

Tanto en su principal labor (la muestra, competitiva o no, de lo realizado, la confrontación y el reconocimiento a lo más significativo) como en sus facetas teóricas, que complementan de modo admirable a aquella.

Aglutinador, sin discriminar tendencias ni poéticas, lo mismo la tradición que la continuidad renovadora, los constantes “nuevos” nuevos cines, encuentran espacio en sus pantallas y sitios de encuentros. A propósito del nombre, hace poco me preguntaban en una entrevista para un programa de TV, si consideraba que 30 años después la etiqueta que sigue nominando el festival era pertinente, seguía vigente.

Contesté que sí, porque el cine latinoamericano, como la(s) realidad(es) que lo nutre(n) siempre se está renovando, y aunque no pocas “vejeces” y obsolencias lastren alcances puntuales, la experimentación y la vanguardia se abren camino y se imponen.

De modo que continuamos. Quijote que marcha sin importarle los nuevos molinos (los cantos de sirena de la globalización, los rumbos erráticos del capitalismo salvaje, la contradictoria ausencia de libertad del neoliberalismo), el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano sigue fiel a su sueño primigenio: contribuir a reinstalar la Utopía, aquel sueño mayor que los soñadores y fundadores de nuestras naciones lanzaron con la certeza de que algún día lo haríamos realidad, algo que el cine realizado en esta parte del mundo, desde sus más legítimas y autóctonas expresiones, continúa luchando por alcanzar.

(PL)

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