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Una faceta poco divulgada de la obra del filosofo y sacerdote cubano Felix Varela
Cuentan que en la tierra de Washington, en un extraño tiempo de la razón, vivió un filósofo, científico, predicador y maestro.

Era la hora del mundo. Las maravillas, cocidas al fuego virginal de la ciencia, halaban de su sotana y le traían el corazón apretado de verdades esenciales, de asombro.

“¿Acaso hemos nacido para cosas tan pequeñas que nos puedan asustar las grandes?”, meditaba, como si en las tablas primeras del monte Sinaí, Moisés hubiese visto: crearás.

En marzo de 1841, al precio de tres reales para señores no suscritos, la imprenta literaria de Almacén de Miró, cercana a la Real Audiencia, hizo circular por La Habana las Indicaciones sobre la mejora de los hospitales en climas cálidos, a la firma de un “ilustre y distinguido presbítero, eminente filósofo y digno ministro del catolicismo”, don Félix Varela y Morales.

Publicadas junto a otros artículos en el número cinco de la Revista Repertorio Médico Habanero, en ellas se leía: “Bajar la temperatura del aire, purificarlo y renovarlo son los puntos más interesantes para la mejora de los hospitales”.

Física experimental y ciertos elementos (fuego, aire, agua…), modelaban una relación aún desconocida entre la sepsis y la proliferación de bacterias, donde algunos cronistas advierten el prólogo de la epidemiología hospitalaria y tal vez el principio funcional del aire acondicionado.

Preludio de la hazaña del francés Louis Pasteur -con el enunciado de la teoría de los gérmenes y su exitosa aplicación por el británico Joseph Lister-, en un esbozo futurista de la tecnología, Varela adelanta el concepto de un medio para proporcionar aire y el control de la temperatura, humedad y pureza, con la diferencia de que aquel respondía a condiciones climáticas específicas, un paso obviado por los modernos acondicionadores de aire.
Hospital
La mejora del ambiente hospitalario dio pie al surgimiento de nuevas categorías de estudio para las ciencias médicas dedicadas a la higiene y la epidemiología

Varela pensaba en un beneficio “mucho más sensible” en las horas en que “duermen los enfermos entre una noche de hálitos nocivos que por la mañana se esparcen en la población al abrirse los hospitales”.

El deseo de hacer bien a sus semejantes le había movido a aventurar aquellas indicaciones, que si no se creían realizables –apuntaba- servirían para animar a otros “a que, pensando sobre esta materia que por desgracia veo muy desatendida, presenten proyectos más felices”.

En octubre de 1883, como por mística reunión de destinos, otro apóstol, José Martí, escribía en Nueva York Aire puro para los hospitales, con avances médicos de Belfast, a propósito de “esas casas sombrías y húmedas donde la enervante atmósfera vicia la sangre y encona las heridas”.

(Juventud Técnica)

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