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Harrison Ford corre tras la replicante semidesnuda de impermeable transparente. No importa qué ha hecho. Harrison vacila en disparar. Hay demasiada gente a su alrededor y cuando lo hace, tiene que repetir. La replicante no cae con facilidad. Lucha por su vida mientras corre, atraviesa vidrieras y al fin cae muerta, con los botines puestos. Blade Runner es uno de los tantos referentes en común que René Peña tiene con los artistas y el público que ha invitado a Factoría Habana, bajo el título Dios los cría…

Es una curaduría en primera persona. El "yo" en el centro de todo, engañándonos al hablar de egolatría cuando en realidad cuenta la historia de la marginación, de la manipulación. Aquí se reúnen solo los gustos del curador.

Munch, Van Gogh, Mapplethorpe, Dalí, Buñuel, ciertos recortes de una revista de arte y desnudos cinematográficos fueron el impulso. Todo empezó ahí. Y en la magia del cartel de cine. Queda claro en la sala expositiva en que René Peña, "Pupy", ha convertido su propia casa. Rostgaard, Bachs, el cartel de Lucía y Pepe Menéndez.

Pupy nos pasea por sus primeros recuerdos. La casa de sus sueños, el Buena Vista Social Club, los vecinos, los parientes, la infancia, la salida a la playa los domingos.

Iconos religiosos, patrióticos, rostros borrosos aunque Peña diga que los recuerda a todos. El retrato de la pobreza, contado desde la historia de muchos negros y en unas cuantas fotografías, dan paso a lo que conocemos como la obra de René Peña: el autorretrato.

Un collar de perlas como punto de contacto con Cirenaica Moreira y su soledad, sus castigos autoinfligidos tratando de escapar de la belleza o intentando ver otra realidad bajo su piel. Dolor que la distancia de la obra de Peña provoca mediante incisiones en la conciencia del observador: desde el narcisismo, desde un hedonismo recontextualizado en los territorios del prejuicio.

Y Pupy en el centro de todo. Le siguen rodeando Glenda León con una cola de Coppelia que pareciera interminable, Marta María Pérez y cinco trabajos bajo el título Para concebir (1985-1986) que resemantizan el embarazo como hecho violento, lejos de los estereotipos de ternura.

Y vuelve Peña con una secuencia de autorretratos, envuelto en una colcha de Iberia, mientras en el centro del salón corren videos de soul, de Benny Moré, y cantos patrióticos, desgastados, pero que muestran de qué elementos está el hecho el artista que se ha erigido como arquetipo de una época y una generación.

La de Peña es una acción ególatra en apariencias. Puede que solo sea un espejismo donde el artista se justifica, dispara. Nos dispara porque tiene la necesidad de decirse a sí mismo lo que ha hecho, como si nosotros fuéramos replicantes de una realidad común.

Fuente: Diario de Cuba

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