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La prohibición de vender ropa importada en Cuba ha encendido la polémica y desatado un visible malestar entre comerciantes privados que desde hace algunos años se dedican a ese negocio y que ahora parecen abocados de nuevo al mercado negro.

Con el desarrollo del trabajo privado -“cuentapropismo” en jerga cubana-, en los últimos años proliferaron multitud de pequeños comercios y tenderetes de venta de ropa, calzado o complementos, y hasta algunas “boutiques” en La Habana que casi pueden considerarse de lujo en un país agobiado por la escasez.

La mayor parte de esas prendas llegan a la isla en abultados equipajes de particulares, muchos de ellos cubanos, que la compran en países como México, Panamá, Ecuador o Perú e incluso en naciones europeas como España o Italia.

Los comerciantes que venden esa mercancía en la isla lo han hecho al amparo de la licencia de “modisto” o “sastre”, que, en rigor, no contempla la comercialización de ropa comprada en el exterior, si bien la actividad se había tolerado hasta el momento.

Pero a finales de septiembre el Gobierno de Raúl Castro decretó que la venta de esos productos adquiridos fuera del país constituirá una infracción, medida que también afecta a artículos del hogar o ferretería importados o comprados en tiendas minoristas estatales.

Las autoridades argumentan, según medios oficiales, que la prohibición quiere evitar “deformaciones” de determinadas licencias para ejercer el “cuentapropismo” y aseguran que se explicarán a los afectados los argumentos que han motivado la medida.

“¿Y por qué no pararon esto desde que empezó? Hace como dos o tres años que ‘dieron cordel’ (permitieron) y nunca pusieron un ’stop’. Y ahora hay gente que ha hecho hasta boutiques y todo, hay mucho dinero invertido (…) No sé realmente qué va a pasar pero estamos molestos con esto”, se queja Yaumara, empleada de una de esas tiendas en la habanera calle Zanja.

Solo en media manzana de esa zona de La Habana se concentran al menos doce tiendas de ropa, que siguen abiertas a pesar de la prohibición pero donde los ánimos están “en candela”, como dicen los cubanos, por el malestar e incertidumbre que ha provocado el decreto.

“¿A estas alturas vienen con ese cuento? Tienen que reflexionar: esto no es para enriquecerse, esto nada más es ‘pá comer’ porque la vida está durísima”, dijo Mabel, de 56 años, a la puerta de su pequeña casa en cuyo interior se ven, colgadas de precarios percheros, diversas prendas de ropa que su hijo le manda desde España.

La mayoría de estos comerciantes privados están indignados por las pérdidas de empleos que provocará la prohibición, por el dinero que han invertido en su negocio y por las cantidades que ya han desembolsado al Estado en impuestos y en una licencia que ahora no sirve.

“La cuenta es sencilla: solo Centro Habana tiene más de 14,000 ‘cuentapropistas’. Si lo multiplicas por dos empleados son casi 30,000 personas que, de la noche a la mañana, mandan a la calle, a ’delincuenciar’. No nos están quitando la ropa, lo que están quitando son puestos de trabajo”, denuncia Yasmani, un joven de 26 años que regenta junto a su madre, Maura, uno de esos comercios plagados de coloridas camisetas, “jeans”, zapatos o bisutería.

Fuente: El Nuevo Herald

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