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  • Publicado por: lena campos
  • 08 / 17 / 2013


Un breve recuento de frases repetidas por los cubanos desde que el pasado viernes 9 de agosto, cuando comenzó el carnaval habanero:

“Las carrozas parecen carretas cargadas de caña, con sus tractores al frente sin el mínimo disfraz.”

“Faltan colores, luces, música, es una reunión de gente para matarse el aburrimiento de la casa.”

“Se acabaron las fiestas populares, con estos precios estamos pagando como si fuéramos turistas.”

“Nada, cerraron los barrios y lo poquito que había se lo llevaron para el Malecón. Mucha gente en muy poco espacio.”

“Demasiados inspectores que nada hacen.”

“Gris, gris de policías, pocos baños públicos y se acabaron las pipas de cerveza. Aquí no hay quien se mueva, pero nadie se mueve de verdad.”

“Antes si eran carnavales, fiestas del pueblo, eso se acabó. Si no lo viviste te morirás sin verlo.”

Puedo agregar más, pero es suficiente, tampoco se trata de hacer leña del árbol caído. Intento una fotografía de lo visto y algún análisis preliminar. Aclaro que es de genios literarios explicar cabalmente a Cuba.

Comencé mi viaje hacia el Malecón bajando por Belascoain, cuyo nombre oficial es Padre Varela, una de esas calzadas básicas si se trata de andar La Habana. La calle me lleva hasta el parque Maceo, junto a las veinticinco plantas del hospital Hermanos Amejeiras. Doblo a la izquierda, es decir, al oeste, rumbo a uno de los puntos de control policial que permite acceder al carnaval cuando cae la tarde.

Pasé sin problemas, a otros los registran, buscando objetos cortantes, entre ellos cualquier vasija de cristal. Ya estoy dentro del plano destinado al carnaval. Me asombra lo reducido del espacio, considerando que los habaneros, sumando visitantes extranjeros o de otras provincias, nos acercamos a los tres millones de personas. Deambulé durante una hora por algo más de diez cuadras, hasta el monumento al Maine, fin de la zona dedicadas a las fiestas.

El espacio carnavalesco se reduce considerablemente para los transeúntes si consideramos que la mitad de la amplia avenida junto al mar está separada del libre paseo, con gradas que deben pagarse si usted desea ver a las carrozas, comparsas o cualquier otro atractivo artístico, sentado con servicio directo, separado del natural bullicio que es un carnaval cubano.

Vi numerosos baños públicos improvisados a lo largo del trayecto, el asunto es que, siendo poco espacio para tanta gente, las cabinas destinadas a esta imperiosa necesidad personal no alcanzan, en tanto sobresalen los grupos de agentes uniformados, cuidando el orden.

Para la mayoría la presencia policial es bienvenida, considerando cierta predisposición de los cubanos a la belicosidad cuando andamos pasados de cervezas. El contraste, reitero, viene dado por ese inexplicable territorio constreñido. ¿Facilidades para un mejor control?

De regreso, el hambre y la sed me obligaron a pensar en sacudir el bolsillo. Lo frecuente es pollo frito, cerdo asado, panes con cerdo asado, hamburguesas u otras cosas parecidas. Los precios se mantienen en la tónica habitual de La Habana, considerando el límite mínimo frente a similares ofertas en moneda convertible, aclaro, precio económico para turistas.

Con paciencia aparecen algunas ofertas de menos valor, menos calidad por supuesto, para los que tienen escaso presupuesto y demasiado aburrimiento como para volver temprano a casa.

A veces una persona clama por el inspector estatal cuando cree que le roban demasiado. Estos funcionarios son fáciles de identificar, vestidos con chalecos al estilo FBI, mostrando en la espalda unos letreros acordes a su importante responsabilidad social.

No aprecié violencia alguna, aunque me retiré temprano, antes de las doce, luego de ver los primeros desfiles de las carrozas y comparsas.

Los comentarios son reales, expresan la sabiduría de la voz popular. Carruajes deslucidos, faltos de colorido, minimizados en su construcción respecto a los vistos muchos años atrás. El contraste negativo de los tractores, sin el menor camuflaje, resultó la peor de las calificaciones.

De las comparsas poco bueno puedo agregar. Ni siquiera contaban con el espacio necesario para evolucionar como se merecen, de acuerdo a las tradiciones bailables cubanas, remarcadas por nombres de agrupaciones emblemáticas y décadas de accionar en nuestras fiestas populares.

Me retiré en hora considerada temprana si de carnavales se trata entre cubanos. Como se sabe, si vives lejos del Malecón, pasadas las doce de la noche, tus propias piernas serán el único transporte posible. Llegarás a casa tal y como empezaste esa misma tarde, a no ser que guardaras una buena provisión de bebidas y comidas para amenizar la odisea del regreso.

En los barrios una buena parte de las ofertas gastronómicas habituales están eliminadas o disminuidas, trasladados los suministros hacia el área carnavalesca. Prepárate para lo que aquí llamamos “el amanezco”, es decir, la mañana siguiente tras los gastos de la fiesta.

Carnaval en Cuba es símbolo de fiesta popular, de confraternidad entre todos, sin distinción de ingresos monetarios, origen o tonalidad de la piel. Carnaval es encuentro de los que hace tiempo no se veían, reencuentro de aquellos que ocasionalmente se ven o reunión previamente acordada de quiénes trabajan juntos día a día.

Si no alcanzamos a convocar una auténtica fiesta popular, con sus fantásticas carrozas, sus magnéticas comparsas y todo el pueblo disfrutando, con poco miedo en los bolsillos, desde el Capitolio hasta la Chorrera, como antes fue, entonces no hay Carnaval, mejor quedarse en Casa.

Fuente: Havana Times.org

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