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  • Publicado por: lena campos
  • 08 / 13 / 2013


Llegar a los Quince es para cubanas y cubanos motivo de sensaciones encontradas.

La jovencita sabe que los festejos sucederán a costa de lo que sea, aunque la mayoría de las veces la familia no tiene los recursos económicos para estar a la “altura” de las circunstancias. A su vez,  padres y madres asumen la celebración como obligatoria pues su niña “no es menos que las demás”.

Esa conmemoración trae consigo alegría y frustraciones, fiesta y angustia, competencia y sumisión. Todo junto, bien mezclado, como los ingredientes del cake que disfrutarán a propósito del día. Y bien dosificado; a cada uno de los protagonistas toca una dosis determinada de gozo e infortunios.

Yanela, por ejemplo, cumple a finales de agosto, pero hace meses sacó turno para las fotos. El estudio queda lejos de su casa, los precios son muy altos y ella hubiese preferido tener fotos solo con su ropa nueva –cada muda de ropa con zapatos cuesta como mínimo 60 cuc-, sin embargo me dice: “¿cuándo tú has visto que una quinceañera no se haga al menos una foto con traje?”.

Para esa foto sus padres deben pagar un servicio completo que ofrece esos vestidos largos que recuerdan a las jóvenes del siglo XIX, las fotos en estudio y algunas en exteriores. El álbum, como se llamaba antes, se ha ido modernizando: ahora es el libro de fotos que además de impreso, se entrega en un CD y la mayoría de las veces se acompaña de un video.

Curiosamente Yanela no quiere video, por lo que su familia se ahorra los 50 cuc que cuesta; solo deberán pagar 390 cuc por el paquete de fotos. Tampoco quiere fiesta, hasta hace unos días su plan para ese sagrado cumpleaños era salir sola a comer con las amigas más cercanas ellas han hecho lo mismo, y para eso tenía guardados esos 50 cuc que no gastó antes.

Pero las prioridades se posponen, los gustos varían, la moda se impone: ahora quiere un celular todas sus amiguitas tienen uno y pasar el día en una piscina, por supuesto, con las amistades del aula… y para eso no alcanza el dinero.

La moda, ese carrusel desenfrenado, nos seduce con su colorido y, cuando nos subimos a él, dejamos de ser para convertirnos en dóciles consumidores; mientras más vueltas damos en el carrusel, más anula nuestra individualidad, más frustraciones crea y menos deseos de parar tenemos.

La celebración de los Quince y la industria que se mueve a su alrededor resultan una carga para la familia cubana. Aún así, ninguna quiere dejar de tener “el recuerdo de la niña”.

No importa cuán altos los precios, la familia está dispuesta a cualquier sacrificio. Si hay que hacer malabares para reunir el dinero, se hacen: botear los fines de semana en el carro de algún amigo, vender croquetas o batidos; criar cerdos en un minúsculo apartamento de un edificio de Centro Habana; prostituirse; pasar años atendiendo enfermos en un hospital… lo que sea.

Muchas personas que tienen familia en el extranjero reciben el dinero sin tener que lucharlo tanto. Todavía recuerdo el sufrimiento de mi madre cuando en casa de Dunia gastaron 500 cuc en la fiesta, las ropas y las fotos de la nieta.

¿Por qué sufría? Porque la casa de Dunia estaba como la nuestra cayéndose a pedazos: no había fregadero ni refrigerador, muchas pilas de agua estaban clausuradas; sin embargo, cuando la abuela hacía el cuento de su nieta en traje de “niña bien” resplandecían sus ojitos negros.

No importa cuán ridícula sea la situación. Más allá del baile de vals que ha vuelto a renacer por estos lares, muy pocos se percatan de que el resultado de las fotos es totalmente falso. O mejor dicho, les gusta que sea falso y que “mejore” la apariencia de la adolescente. Esa “mejoría” se basa en la uniformidad, todas las quinceañeras de las fotos se parecen o, al menos, dan la misma idea: agresivas, vampiresas, sexys, gente segura de su belleza.

No pretendo que a los quince años se depriman por la fugacidad de la juventud y la belleza física, no quiero aguarle la fiesta a nadie. Solo me causa disgusto el maquillaje que los mayores que sí son concientes de esto impregnan en sus rostros o en sus preferencias opacando la ingenuidad o la sorpresa del despertar a la vida adulta.

Cuando digo los mayores me refiero a las madres, los padres, vecinos, fotógrafos, maquillistas, publicistas… y un largo etc. Y cuando menciono el maquillaje solo me refiero a un detalle, podría hablar de la ropa, los gestos, etc., el asunto es muy complejo.

Como en el carrusel no sabemos cuál caballito va primero y cuál le sigue, así mismo se torna difícil discernir quién implanta la moda y quién se pliega a ella, al final es una misma dinámica circular: moda-comercio-cliente-moda.

Ahora los varones también celebran sus Quince con sesiones de fotos en estudio. Imágenes que luego aparecerán en las páginas de alguna revista famosa, la que ellos escojan, nada escapa a las posibilidades del photoshop.

Lucirán radiantes con sus ropas de marca, enseñando músculos, agresivos, como tipos seguros dispuestos a comerse el mundo. Reproducirán como las muchachas los estereotipos que la moda implante. Y así, unas más a gusto que otras, seguiremos subidos al carrusel multicolor.

Fuente: Havana Times.org

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