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El cubano Javier Sotomayor, leyenda del atletismo mundial, abrió el Sport Bar-2.45 en honor a su marca mundial en salto alto, vigente desde hace 20 años. La triple campeona olímpica de voleibol, Mireya Luis, a punta de pasión y talento, inauguró un lujoso restaurante italiano y Hugo Morejón, músico del famoso grupo Los Van Van, cumplió su sueño al abrir un taller de autos de primera categoría.

Armados por su fama, reconocimiento y dinero, estos deportistas y artista, que han disfrutado de una vida mucho más lujosa que sus compatriotas cubanos en la isla de gobierno comunista, están a la vanguardia del nuevo mundo de la empresa privada. Todos ellos contribuyeron a cambiar el panorama de la vida habanera que los llevó a la elite deportiva o artística y que ha aumentado la envidia entre una población cansada de los privilegios que han tenido.

Como ellos, por lo menos una docena de atletas y artistas abrieron negocios privados o han invertido sin mucho ruido en los negocios de los demás, desde que el gobierno del gobernante Raúl Castro inició en 2010 una apertura en la economía de la isla, ampliando los pequeños negocios o “trabajo por cuenta propia”, como le dicen en el país.

Las reformas, llamadas por el propio Castro “actualización” del modelo económico cubano, incluyen también la autorización de compra y venta de automóviles, de propiedades inmobiliarias, y el otorgamiento de préstamos bancarios a quienes quieren abrir negocios o reparar sus viviendas, entre otros.

Para entrar al bar de Sotomayor, el cliente debe pasar por debajo de un vara de salto alto situada a 2.45 metros, la plusmarca mundial que Sotomayor ostenta desde el 27 de julio de 1993. Más que uno de los grandes atletas que ha dado la isla, Sotomayor ahora se ve como un empresario.

En el Sport-Bar 2.45 construido en el jardín de la cómoda casa de Javier Sotomayor, en el elegante barrio de Miramar y que abrió con su ex esposa María del Carmen García, el cliente puede admirar algunas fotos y trofeos del campeón, incluida una zapatilla de salto.

“Me siento bien con lo que hago ahora, para mí es un reto, salí airoso de una competencia en el salto alto, ahora vamos a ver si el bar se comporta a la altura, a mí no me gusta perder ni en deporte, ni en nada”, dijo Sotomayor, quien a sus 45 años mantiene su figura espigada y atlética.

Los comensales pueden saborear pizzas y otras especialidades con una bebida, mientras comparten con Sotomayor quien, 20 años después, tiene todavía el corazón en la pista y todos los recuerdos bien vivos.

“Sotomayor es el más grande, es sencillo, me saludó, el ambiente es relajado, me encanta”, dijo Diego Quevedo mientras disfruta de una cerveza bien fría.

El también campeón olímpico (1992), atiende las compras y diferentes detalles del bar abierto de seis de la tarde a seis de la mañana. “Es muy pronto para saber si es un éxito, lo cierto es que mi vida cambió porque esto requiere atención las 24 horas”, dijo “Soto”, como lo llaman en la isla.

Salim Lamrani, profesor de Estudios Ibéricos y Latinoamericanos en la Universidad de La Sorbone en París y experto de Cuba, destacó que “estos comercios abiertos por celebridades le dan una publicidad formidable a la nueva política del gobierno cubano”, que busca “reducir la carga del Estado permitiendo a la población tener un empleo, algo que en un futuro será cada vez más en el sector privado”.

En el garaje de mecánica de Hugo Morejón, trombonista de uno de los más famosos grupos de salsa contemporánea, Los Van Van, los tres mecánicos que él contrató no dan abasto por la cantidad de clientes que acuden para reparar sus autos Fiat, Kia, Mercedes o Peugeot.

Vestidos con trajes de mecánicos, los cuatros jóvenes utilizan computadoras para mostrarle al cliente la pieza por arreglar, y tienen instrumentos modernos que distan mucho de los antiguos talleres donde los obreros cubanos se las ingenian para reparar viejos autos estadounidenses de los años 50 o Ladas de la antigua Unión Soviética.

“Trabajamos como una cooperativa, soy el dueño del lugar pero no gano más, todo lo que se invierte lo hacemos por partes iguales los cuatro y todo lo que ganamos se reparte por partes iguales entre los cuatro”, dijo Morejón, que dice que no necesita el dinero.

El veterano músico comentó que “la notoriedad me sirve pero sólo la primera vez, después hay que darle calidad al trabajo si no el cliente no vuelve”. Además explicó que aprovecha sus viajes de trabajo con el grupo musical para adquirir las piezas necesarias para el garaje, algo difícil de encontrar en el mercado en la isla.

“Toda la vida me gustaron los autos, desde el primero que tuve me interesé en ‘mecaniquearlo’ (hacerle reparaciones mecánicas)”, dijo Morejón. Hace dos años. El trombonista hizo la inversión inicial comprando las herramientas y los aparatos. Además, puso el local en el garaje de su amplia casa del barrio de Miramar.

Otros artistas hicieron como Morejón, el cantante Kelvis Ochoa tiene un restaurante mientras que el humorista Robertico abrió una cafetería. En tanto el ex ministro de relaciones exteriores entre 1993 y 1999, Roberto Robaina, abrió el restaurante Chaplin.

Los cubanos de la calle admiran y aman tanto a sus músicos como a sus deportistas pero a veces miran con cierta envidia los beneficios materiales de los que gozan, como autos importados y casas lujosas. Los artistas tienen la posibilidad de firmar sus propios contratos y pagan impuestos sobre sus ganancias. Los deportistas, no obstante, no pueden tener contratos individuales. Ellos son asalariados del estado cubano y los medallistas olímpicos y mundiales reciben mensualmente un estipendio en dólares, así como casas y autos asignadas por el estado.

La percepción de que los artistas exitosos forman parte de un grupo de la jet-set habanera fue capturada en la película Habana Station, de 2011, del realizador cubano Ian Padrón. En el filme, mostró algunos de esos contrastes sociales de la isla, una historia del príncipe y el mendigo, en el que se ve la vida del hijo de un músico cubano en un lujoso barrio habanero y la del hijo de una familia viviendo en un humilde barrio capitalino donde la gente se las arregla con el salario medio cubano de unos $20 mensuales.

“Muchos cubanos no pueden, ni en sueño, abrir un bar como el de Soto”, dijo Roberto Blanco, de 29 años. “De hecho, la mayoría con su salario no puede ni siquiera soñar con ir allí a comprar una pizza o una cerveza”.

“Estoy muy contento porque este es mi hobby y además de realizar un sueño, contribuyo para el país, le doy trabajo a tres muchachos y brindo un servicio útil”, dijo Morejón.

Fuente: El Nuevo Herald

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