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Salir de Cuba, de la forma que sea, se ha convertido en el sueño más anhelado de la mayoría de los cubanos, como lo es para los estadounidenses el ser millonario.

Aunque las nuevas regulaciones parecen abrir un sendero de posibilidades para esta utopía, siguen siendo las misiones la manera más fácil de lograrlo.

La cooperación de nuestros profesionales en diferentes esferas sociales, especialmente la salud y la educación, ha permitido que seamos reconocidos mundialmente como uno de los gobiernos que más ayuda brinda en estas áreas tan importantes en el desarrollo de cualquier nación.

Gracias a nuestro apoyo solidario miles de pobres procedentes de los países del área han sido intervenidos quirúrgicamente de manera gratuita, tanto dentro como fuera de Cuba; miles de haitianos fueron salvados de las consecuencias del terrible terremoto, que sacudió esa desdichada tierra, y del no menos temible brote de cólera.

En más de una decena de naciones nuestros maestros y profesores han enseñado a leer y escribir a millones de personas, poniendo en práctica el método cubano Yo sí Puedo.

Nuestros colaboradores han llevado consigo no solo la ayuda profesional, sino también el apoyo espiritual al adentrarse en culturas, en ocasiones desconocidas, y formar parte de ellas.

Entre los beneficios, por la parte cubana, están los convenios bilaterales que nos han beneficiado, especialmente los del petróleo venezolano, que no es secreto para nadie.

Está, también, la mejoría del nivel de vida de las familias de los internacionalistas que han podido traer a sus hogares equipos electrodomésticos de última generación; algunos han podido comprar carros modernos usados o carros antiguos en buenas condiciones; y por supuesto la moneda dura que se le paga al colaborador al final de la misión con la que no pocos han podido comprarse una casa o arreglar y modernizar la que ya tenían.

Pero las misiones internacionalistas tienen un lado oscuro que muchos olvidan cuando salen de Cuba pensando en la computadora para el hijo, con la que nunca se podrá soñar aquí en Cuba, o una simple bicicleta que el bajo salario tampoco permite comprar, y otras cosas materiales que no son indispensables, pero si muy bienvenidas en la vida de cualquier humano.

Ese lado, del se habla poco, es la separación de la familia, especialmente los padres de los hijos. Fue peor en el caso de los médicos que pasaron cinco o más años de misión en África y Venezuela.

¿Cuántos niños, sin apenas cumplir el mes de nacido, fueron arrancados del pecho de la madre y dejados al cuidado de una abuela, una tía o algún otro familiar? ¿Cuántos se transformaron por completo durante esa edad difícil que es la adolescencia por la ausencia de los padres y por no tener quien los entendiera? ¿Cuántos comenzaron a usar el alcohol o robaron porque quedaron solos a su libre albedrío cuando todavía tenían edad para ser mimados, apoyados, guiados?

Por eso no entiendo por qué Mirelis y Luis quieren salir de misión nuevamente. Ya lo hicieron hace 5 años aproximadamente y dejaron sus dos niños con los abuelos.

En esa ocasión trajeron la pacotilla que todavía no han usado, compraron una casa en el centro de la ciudad, y como si fuera poco, compraron un vehículo automotor para la familia.

Parece que todavía no tienen suficiente, o será que el compromiso que sienten por los pueblos hermanos es mayor que el compromiso que tienen con sus propios hijos.

Por más importante que sean las colaboraciones para otros países y por mucho que mejoren las economías de nuestros hogares y familias, no puedo dejar de pensar en los que quedan atrás sufriendo la separación de sus seres queridos.

Cuando los niños estaban pequeños los abuelos lo cuidaron como pudieron. Fui testigo de las muchas veces que tuvieron que correr por accidentes domésticos, por enfermedades diarreicas o por falta de aire, los dos pequeños son asmáticos.

Ahora los niños son casi dos adolescentes, uno tiene 12 años y el menor 9, pero ¿será más fácil lidiar con ellos ahora que son más grandes y más independientes, o eso, por el contrario, hará la tarea más difícil?

Por más importante que sean las colaboraciones para otros países y por mucho que mejoren las economías de nuestros hogares y familias, no puedo dejar de pensar en los que quedan atrás sufriendo la separación de sus seres queridos.

No dejo de pensar en los golpes y frustraciones, las alegrías y triunfos que se compartirán únicamente por un correo esporádico, por un mensaje de texto en un móvil o por una llamada que nunca será tan calurosa como el abraso de mamá o el regaño de papá.

Ojalá mis vecinos se den cuenta a tiempo que sus niños necesitan más de ellos, de sus consejos, conversaciones, cariño, educación, besos, que de algún equipo moderno o de algún otro capricho imposible de conseguir en nuestro país con nuestro salario.

Fuente: Havana Times.org

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