juventudrebelde.cu. No se explica Cuba sin África, como tampoco sin las muchas Españas ni la impronta de otros pueblos europeos, asiáticos o de las cercanías americanas. Ni siquiera sin los pobladores originarios —los únicos que estaban aquí—, de los cuales apenas quedan reducidos vestigios tras la cruenta dominación hispánica. Sin embargo, para que se revelara la raíz africana en su altura e intensidad hubo que vencer acendrados prejuicios y siglos de estulticia. A fin de cuentas, entre los que llegaron, a los africanos les tocó la peor parte: traídos a la fuerza, brutalmente desarraigados, explotados como esclavos y ninguneados como personas.

">juventudrebelde.cu. No se explica Cuba sin África, como tampoco sin las muchas Españas ni la impronta de otros pueblos europeos, asiáticos o de las cercanías americanas. Ni siquiera sin los pobladores originarios —los únicos que estaban aquí—, de los cuales apenas quedan reducidos vestigios tras la cruenta dominación hispánica. Sin embargo, para que se revelara la raíz africana en su altura e intensidad hubo que vencer acendrados prejuicios y siglos de estulticia. A fin de cuentas, entre los que llegaron, a los africanos les tocó la peor parte: traídos a la fuerza, brutalmente desarraigados, explotados como esclavos y ninguneados como personas.

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juventudrebelde.cu. No se explica Cuba sin África, como tampoco sin las muchas Españas ni la impronta de otros pueblos europeos, asiáticos o de las cercanías americanas. Ni siquiera sin los pobladores originarios —los únicos que estaban aquí—, de los cuales apenas quedan reducidos vestigios tras la cruenta dominación hispánica.

Sin embargo, para que se revelara la raíz africana en su altura e intensidad hubo que vencer acendrados prejuicios y siglos de estulticia. A fin de cuentas, entre los que llegaron, a los africanos les tocó la peor parte: traídos a la fuerza, brutalmente desarraigados, explotados como esclavos y ninguneados como personas.

Esa realidad, que se arrastró luego de la abolición de la esclavitud, nunca debe ignorarse. No la obviaron los hombres y mujeres que en medio del marasmo republicano —Fernando Ortiz, Rómulo Lachatañeré, Lydia Cabrera, Alejo Carpentier, Amadeo Roldán, Alejandro García Caturla, Argeliers León, Odilio Urfé, Wifredo Lam, Roberto Diago, Nicolás Guillén, Gustavo Urrutia, Walterio Carbonell, entre otros— se empeñaron en jerarquizar los aportes de los africanos y sus descendientes a la fragua y desarrollo de la cultura nacional, fundamento que solo comenzó a empinarse hacia la plenitud —claro está, no sin obstáculos ni dificultades— luego de las radicales transformaciones revolucionarias operadas desde hace medio siglo en el país.

En la misión de continuar desbrozando caminos en la hora actual destaca el trabajo científico de la Fundación Fernando Ortiz, presidida por el poeta, novelista y etnólogo Miguel Barnet, que ha encontrado abonado el terreno para la promoción de los resultados de sus colaboradores en un sistema editorial que desde los tempranos 60 ha privilegiado la publicación de libros que dan cuenta de las múltiples contribuciones de la raíz africana, incluyendo la producción intelectual de los autores de ese continente y del entorno caribeño.

Entre las más recientes entregas, correspondientes a la agenda nacional por el Año de los Afrodescendientes, figuran la reedición de El engaño de las razas, de Fernando Ortiz; la promoción de Relación barrio - juego abakuá en la ciudad de La Habana, de Ramón Torres Zayas; y como novedades Las relaciones raciales en Cuba, de varios autores; y Fernando Ortiz ante el enigma de la criminalidad cubana, de David López Ximeno. A estos títulos la Editorial Oriente sumó Cultura rastafari en Cuba, de Samuel Furé Davis.

El texto orticiano, aparecido inicialmente en 1946, quizá sea el más completo ensayo desmitificador de cuánta superchería pseudocientífica ha tratado de justificar presuntas ventajas y desventajas raciales encaminadas a la imposición hegemónica. Tras una exhaustiva exposición, el maestro concluye que «todos los seres humanos, dignamente humanos, debieran ayudar a la buena faena de ir desvaneciendo esos fantasmas enemigos que son las razas».

Las relaciones... reúne, oportunamente, siete estudios que diagnostican y revelan, bajo un prisma metodológico riguroso y desde la experiencia de campo, las causas y manifestaciones racistas que aún perviven en diversos estratos y comunidades de la Isla. López Ximeno, por su parte, estudia la evolución del propio Ortiz en sus apreciaciones sobre el determinismo racista entre el color de la piel y la propensión a la delincuencia, con lo que rebate la idea de la supuesta criminalidad de cierto grupo social en relación con su origen étnico, devenido factor para el desencadenamiento de prejuicios y actitudes que impiden la más justa comprensión del problema.

Siguiendo pautas trazadas por Lydia Cabrera, Rafael López Valdés y el mismo Ortiz, Torres Zayas aporta un interesantísimo y muy completo estudio que trasciende la territorialización de los juegos abakuá en la capital, para valorar en su más exacta expresión, el peso histórico, la relevancia social y la ética de los cubanos adscritos a esas sociedades.

En cuanto a la investigación de Furé Davis, inaugura la mirada integral, desde nuestra óptica, de uno de los fenómenos más llamativos y controvertidos de la cultura contemporánea: el rastafarismo, cuyo icono más visible es el jamaicano Bob Marley.

Estas publicaciones en su conjunto pueden tomarse como nuevas revelaciones de lo que Guillén anticipó como real perspectiva integradora de nuestra identidad con una frase: el color cubano.

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