Haydee León Moya. juventudrebelde.cu. No parecía que acabara de vivir una larga y azarosa travesía el ilustre marinero. Era el 27 de noviembre de 1492. Recién han llegado. El Navegante de la Mar Océana capitaneaba la Santa María, con 90 tripulantes, y el capitán Vicente Yarez Pinzón, La Niña, con 23 tripulantes. A punto de cumplir medio milenio de existencia, la primera villa fundada en Cuba por el Adelantado Diego Velázquez sigue siendo, por tantísimas razones, un paraje que expresa de manera auténtica la presencia de sucesos y costumbres prístinas.

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A punto de cumplir medio milenio de existencia, la primera villa fundada en Cuba por el Adelantado Diego Velázquez sigue siendo, por tantísimas razones, un paraje que expresa de manera auténtica la presencia de sucesos y costumbres prístinas

Haydee León Moya.juventudrebelde.cu. No parecía que acabara de vivir una larga y azarosa travesía el ilustre marinero. Era el 27 de noviembre de 1492. Recién han llegado. El Navegante de la Mar Océana capitaneaba la Santa María, con 90 tripulantes, y el capitán Vicente Yarez Pinzón, La Niña, con 23 tripulantes.

Con avidez recorre, observa, compara. Le ha dejado fascinado todo. Y lo describe en su diario: «…un puerto maravilloso y un gran río... lindeza de la tierra y de los árboles, donde hay pinos y palmas…».

No se le escapa nada. Ni los pacíficos habitantes que, «... eran muchos, todos teñidos de colorado y desnudos como sus madres les parió, y algunos de ellos con penachos en la cabeza y otros plumas, todos con sus manojos de azagayas». Ni su entorno, que era «… grande vega, que aunque no es llana de llano que va al Sursuroeste, es llana, de montes llanos y bajos, la más hermosa cosa del mundo…».

Entonces subrayó que «allí era su propio lugar para hacer una villa o ciudad y fortaleza por el buen puerto, buenas aguas, buenas tierras, buenas comarcas y mucha leña».

Y como evidencia material de su paso por la zona, Cristóbal Colón Fontanarrosa coloca una cruz sobre las peñas vivas junto a la entrada de la bahía que bautizó como Puerto Santo, el 1ro. de diciembre de 1492, cuatro días después de su llegada al lugar que definitivamente lo deslumbró, Baracoa.

La fundación

Casi dos décadas después, la Corona española decide iniciar el proceso de conquista y colonización de Cuba… Y vuelven otras embarcaciones nuevamente a la entrada de la ensenada. Vienen, en son de conquista y colonización, el almirante Diego Velázquez de Cuéllar y 300 expedicionarios.

De entre el arrecife arrancan la cruz de Colón, que estaba ceñida por un bejuco de parra silvestre, y evidentemente ignorada por los indios, y se adentran. Pudo haberles fascinado toda aquella belleza intacta del entorno y sus gentes, pero la realidad fue que enfrentaron con crueldad la resistencia de los primeros habitantes del lugar de tantos encantos.

El Adelantado fija aquí su residencia y la declara capital política. Nombra alcaldes que ejercieran la justicia civil ordinaria y un Alguacil Mayor. Establece la institución de Ayuntamiento para el cuidado y fomento del pueblo. Le da el título de ciudad de Baracoa y la hace capital del gobierno eclesiástico, erigiendo el primer obispado que tuvo Cuba.

El nombre escogido por Velázquez al bautizarla, el 15 de agosto de 1511, fue Nuestra Señora de la Asunción de Baracoa. Pero en 1515, por decisión de su fundador, se transfiere la categoría de capital a Santiago de Cuba.

Orgullo del Primado

Medio milenio es tiempo suficiente para que lo que se conserva desde entonces sea de gran valía. Baracoa es, por tantísimas razones, un lugar de extravagante naturaleza y expresión auténtica de la presencia de sucesos y costumbres muy prístinas.

Ciudad Paisaje, de las Lluvias, las Montañas y las Aguas. También ciudad Paraíso. De cualesquiera de esas maneras se le llama y en eso coincide uno de sus hijos ilustres, Alejandro Hartman Matos, por más de 30 años dedicado al estudio de la historia de la Primada, y empedernido andariego de sus calles.

Es así —asiente Hartman—, porque su naturaleza envuelta por macizos montañosos, bosques vírgenes, flora y fauna endémicas, ríos cristalinos y playas rodeadas de uva caleta, almendros y cocoteros, la hace poseer un sello distintivo, si la comparamos con el resto del país.

Situada a los pies de una limpia bahía, la villa es también ciudad de calles sinuosas que llevan a lugares y acontecimientos que la trascienden, como la Iglesia Mayor donde se exhibe la Cruz de la Parra, la única que sobrevive, de las 29 que plantara Cristóbal Colón en las tierras de América.

Los primados se saben dueños de esas exclusividades y se aprecia en su carácter altivo y a menudo muy inconforme.

Baracoa está llena de otras historias. Por ejemplo, la construcción del primer castillo de Cuba, la presencia y rebeldía del cacique Guamá, que luchó durante diez años prácticamente desarmado frente a un poderoso ejército enemigo, como lo fue el Ejército Español, y que el Almirante Colón haya estado aquí durante siete días de su primer viaje para la fundación de todas las villas.

De leyendas, como la del Pelú, un estrafalario caminante, que dicen maldijo al pueblo tras la agresión a pedradas de que fue objeto. La del río Miel, esa más creíble que narra la historia de dos enamorados que en las aguas del torrente escucharon la voz del agua presagiando que quien se bañara en él no se iba o regresaba con el tiempo.

Los estudios de la descendencia de la población actual en Baracoa, donde existen más de 60 sitios arqueológicos que perviven como huella de la cultura taína, la más avanzada de la Isla a la llegada de los españoles, apuntan que la Primada tuvo poca presencia de la africanía y que desde el punto de vista del somatotipo de las personas se mezclan los rasgos de franceses, españoles y el indio, razón por la cual, por ejemplo, predomina el trigueño con rasgos de indio.

En cuanto a los apellidos, predominan los Ramírez Rojas, Leyva, Romero, Acosta, Coba, Moreira.
La del hervidero

A Baracoa se llega hoy por vía aérea, desde la capital u otras ciudades orientales. Y también, desde la ciudad de Guantánamo, a través de una carretera colgante nombrada La Farola, una de las obras viales más bellas e imponentes del país. Allí te encuentras viejas construcciones: los hoteles El Castillo, Porto Santo y La Rusa y Villa Maguana, su malecón y su animada y caribeña vida.

La vista se recrea en recién inaugurados hostales, como La Habanera y Liberación, que resurgieron de entre sus escombros; cafeterías, edificaciones restauradas y embellecidas por el cumpleaños 500 de la Villa.

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