Hernández llevó además más de 100 libras de comida, ropa y medicinas para su familia y otros cubanos cuyos parientes en Estados Unidos le pagaron $8 por libra para que cargara sus regalos.“Yo necesito ver a mi familia, pero estos viajes son muy caros”, dijo Hernández, quien ha regresado ocho veces a ver a su esposo y su madre en los últimos 18 meses. “De esta manera, más o menos cubro los gastos”.

">Hernández llevó además más de 100 libras de comida, ropa y medicinas para su familia y otros cubanos cuyos parientes en Estados Unidos le pagaron $8 por libra para que cargara sus regalos.“Yo necesito ver a mi familia, pero estos viajes son muy caros”, dijo Hernández, quien ha regresado ocho veces a ver a su esposo y su madre en los últimos 18 meses. “De esta manera, más o menos cubro los gastos”.

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Victoria Burnett. New York Times. LA HABANA -- Alejandrina Hernández sólo empacó ropas ligeras y un bolso de maquillaje cuando voló a La Habana desde Miami esta primavera. Como siempre, llevó el mínimo de equipaje.

De su propio equipaje, quiero decir.

Hernández llevó además más de 100 libras de comida, ropa y medicinas para su familia y otros cubanos cuyos parientes en Estados Unidos le pagaron $8 por libra para que cargara sus regalos.

“Yo necesito ver a mi familia, pero estos viajes son muy caros”, dijo Hernández, quien ha regresado ocho veces a ver a su esposo y su madre en los últimos 18 meses. “De esta manera, más o menos cubro los gastos”.

Hernández es parte de un aumento de visitantes cubanos y cubanoamericanos a Cuba de Estados Unidos desde que el presidente Barack Obama levantara las restricciones de viaje en el 2009 para los que tienen familia en Cuba.

Economistas y agentes de viaje estiman que 400,000 pasajeros viajarán a Cuba desde Estados Unidos este año, casi cuatro veces la cantidad del 2008, y más que en ningún otro momento desde que EEUU cortara sus lazos con la isla hace unos 50 años. Los visitantes traen dinero y enormes maletas repletas de artículos que el embargo y los problemas económicos de Cuba han puesto fuera del alcance de sus habitantes, desde artículos de primera necesidad como leche en polvo, caldo en cubitos y vitaminas hasta lujos como BlackBerrys y televisores de pantalla plana. Gran parte de estos van a parar a las salas y las despensas de sus familiares, o a vendedores al por menor que operan el voraz mercado informal de Cuba.

Pero el dinero y las mercancías alimentan también al naciente sector privado de Cuba, el plan del presidente Raúl Castro para dar un nuevo impulso a la débil economía del país. Muchos cuentapropistas dicen que ellos reciben capital y abastecimientos de sus familiares en el extranjero: cuentas de colores de Miami para baratijas religiosas, molinillos de pimienta para mesas de restaurantes, cera para tratamientos de belleza.

En el 2004, el presidente George W. Bush limitó las visitas familiares a una cada tres años, reduciéndolas desde una al año, pero ahora los cubanos y cubanoamericanos pueden visitar a sus parientes con tanta frecuencia como lo deseen y enviarles cualquier cantidad de dinero que se les antoje.

La administración de Obama suavizó además las restricciones de viaje a los no cubanoamericanos. En marzo, se expandió el número de aeropuertos que pueden tener vuelos directos a Cuba, de 3 a 11. Y ahora se permite a cualquier estadounidense que envíe a cubanos hasta $2,000 al año para ayudar a los negocios privados.

Manuel Orozco, experto de Inter-American Dialogue, un centro de análisis político, dijo que las remesas a Cuba —que para el año pasado se estimaron de entre $900 millones a $1,400 millones— eran importantes para los pequeños negocios que están empezando a aparecer en la isla. Pero dijo que los expatriados cubanos esperarían a que se hicieran reformas más profundas en Cuba —o detalles sobre las nuevas reglas de la nación para permitir la venta de propiedades y automóviles— antes de enviar cantidades mayores.

“Nadie de la diáspora va a invertir $10,000 en este momento”, dijo.

No obstante, el flujo de visitantes está alimentando la cultura de consumo en Cuba, pequeña pero en crecimiento. Y, en un país en que la mayoría de las personas gana alrededor de $20 al mes a cambio de servicios y subsidios sociales, el consumo de cualquier tipo salta a la vista.

Arnol Rodríguez, quien salió de Cuba hace 11 años y vive en Rochester, Nueva York, estaba sentado esta primavera en un lujoso hotel de La Habana y miraba a su hijo y algunos amigos comer pizza y bailar reggaeton.

“Esto es algo que ellos nunca, pero nunca, podrían permitirse”, dijo Rodríguez, de 49 años, quien gastó $200 para invitar a 10 amigos y familiares locales a pasarse un día en la piscina. “A mí no me importa cuánto me cuesta”.

Rodríguez, en su 14 viaje de vuelta a Cuba, dijo que había traído siete maletas con kits de prueba para su hermano diabético, ropa, chocolate, un PlayStation 2, dos discos duros y un equipo de DVD.

Armando García, presidente de Marazul Charters, que opera vuelos diarios entre Estados Unidos y Cuba, dijo que cubanos de todo tipo estaban comprando pasajes. Pero los visitantes más frecuentes eran los que se fueron de principios de la década de 1990 en adelante, cuando las privaciones de la era postsoviética llevaron al éxodo.

“Esta es una generación que no está formada por la política de la Guerra Fría, sino por la política de la supervivencia”, dijo Orozco.

A diferencia de los que se fueron poco después de la revolución de Fidel Castro en 1959, los emigrados más recientes tienden a mantenerse en contacto con la isla, intercambiando chistes y noticias a través de mensajes de texto, teléfono o correo electrónico.

“Eso está ayudando a destruir el mito de la separación” entre la gente de la isla y la comunidad de cubanos en Estados Unidos que ya pasa de los 1.8-millones, dijo Katrin Hansing, profesora de la Universidad de la Ciudad de Nueva York.

Una vez en la isla, los emigrados regresan a sus redes sociales: llevan a comer a sus parientes, se van a bailar con sus amistades, bautizan a sus hijos y se hacen chequeos con médicos en el sistema de salud de Cuba.

Leonel Morales, de 34 años, quien se fue a Miami hace tres años, regresó a Cuba por primera vez para ser iniciado en la Santería. El proceso le hubiera costado el triple en la Florida, dijo.

Durante su visita a La Habana, Morales vio también a un médico conocido para atenderse un problema crónico del estómago. Una consulta médica en la Florida le costó $7,000.

Hernández, quien ha vivido seis años en la Florida con su hijo, le cuenta a su esposo y amigos de sus largas horas de trabajo como mucama de hotel, sobre los peligros de las hipotecas, sobre las delicias del aire acondicionado y la internet en todas partes.

“Los cubanos están un poco equivocados sobre lo que es la vida en Estados Unidos”, dijo Hernández, de 50 años. “Ellos no saben lo duro que es, cuánto hay que trabajar. Al mismo tiempo, uno ve los frutos de su trabajo.”

Aunque ella extraña a su familia y el olor distintivo del mar en Cuba, cosas que le traen las lágrimas a los ojos, Hernández dijo que ella se quedaría en la Florida hasta que su hijo termine la universidad o hasta que el dolor de sus articulaciones le impida trabajar, viajando entre su tráiler en Hialeah al ruidoso hogar de su esposo en una cuartería laberíntica que fuera en otra época un monumental edificio de La Habana.

“La mitad de mi corazón está aquí y la otra mitad está allá”, dijo. “Lo triste es que no soy feliz de verdad en ninguno de los dos lugares”.

Fuente: //www.elnuevoherald.com/2011/06/11/v-fullstory/959463/

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