Por Anubis Galardy. La Habana, 7 abr (PL) La percusión cubana se enriquece con la incursión de una oleada de mujeres que entraron sin pedir permiso en los dominios de una vertiente hasta hace poco territorio exclusivo de los hombres.Respaldadas por un talento natural forjado en las escuelas de arte de la isla, llegaron decididas a echar abajo prejuicios según los cuales batería, cajas, tambores y bongoes estaban vedados al toque femenino.

">Por Anubis Galardy. La Habana, 7 abr (PL) La percusión cubana se enriquece con la incursión de una oleada de mujeres que entraron sin pedir permiso en los dominios de una vertiente hasta hace poco territorio exclusivo de los hombres.Respaldadas por un talento natural forjado en las escuelas de arte de la isla, llegaron decididas a echar abajo prejuicios según los cuales batería, cajas, tambores y bongoes estaban vedados al toque femenino.

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Por Anubis Galardy. La Habana, 7 abr (PL) La percusión cubana se enriquece con la incursión de una oleada de mujeres que entraron sin pedir permiso en los dominios de una vertiente hasta hace poco territorio exclusivo de los hombres.

Respaldadas por un talento natural forjado en las escuelas de arte de la isla, llegaron decididas a echar abajo prejuicios según los cuales batería, cajas, tambores y bongoes estaban vedados al toque femenino.

Una prueba a su favor fue la reciente Fiesta del Tambor 2011 Guillermo Barreto In Memorian, con el espectáculo Las mejores mujeres bateristas de Cuba, en el que brilló una constelación de percusionistas como Nailé Sosa, de la orquesta de David Blanco, Juana Veliz (Caribe girls) y Yuleisis Greenidge (Havana C).

Aunque en esta modalidad hubo pioneras, no pasaron de ser una excepción, como Algemira Castro y Miyito, aun recordadas, quienes en las primeras décadas del siglo pasado hicieron suyos esos instrumentos en la orquesta Anacaona, la primera agrupación femenina cubana, surgida en 1932.

Ese trono hoy lo ocupa, en una Anacaona renovada, Yissi García, quien lleva la percusión en sus genes.

También fueron precursoras -en un intento más audaz, que sentó pautas-, las integrantes de Obbini-Batá, el cuarteto fundado en la últimas décadas por el fallecido Armando Jaime, quienes se aventuraron en el reino de un tambor sagrado que, según criterios acuñados, de índole ritual, solo podía ser percutido por los hombres.

Obbini-Batá paseó su arte por el mundo, bajo la dirección de Eva Despaigne con el batá bien cobijado en sus manos.

La presencia de las cubanas en el ámbito musical fluye en ascenso sostenido por sucesivas promociones de las escuelas e institutos de arte, de los que emergen dotadas de una técnica sólida, profundos conocimienos sobre estilos, épocas y tendencias para abrirse un lugar propio en casi todas las orquestas de renombre.

Lo demás lo añade su energía, su voluntad de incorporarse al nacimiento de la música, desde los instrumentos que la hacen posible, en géneros madres del acervo sonoro y la idiosincrasia de la isla como la rumba y la salsa o en el jazz de raíz afrocubana.

En los comienzos del siglo XXI las cubanas despliegan su talento, más allá de parcelas tradicionalmente asociadas a ellas: teclados, cuerdas, voces o apoyaturas danzarias. Sorprenden con sus rupturas, innovan, se arriesgan como lo hace la Camerata Romeu, cuya directora se atreve con partituras concebidas para otros formatos. Los arreglos son obra, en la mayoría de los casos, de sus integrantes.

La música las recibe con los brazos abiertos y ellas le corresponden entrando de lleno, como lo hicieron en una percusión que no se les resiste, que exige manos curtidas y paradójicamente celestiales. Como santo y seña, el talento.

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