Por Jaime Sarusky: Quiero ver en esta Feria del Libro de 2011, y en todas las anteriores hasta sumar 20, un símbolo de la clara voluntad de los cubanos de no cejar en el afán de hacer suya a la cultura y, por ello mismo, al movimiento editorial, a pesar, o quizá por esa misma razón, de las dificultades y carencias que debemos afrontar.Pero todavía tenemos memoria para no olvidar donde estábamos a fines de los años 40 y en los primeros de la década de los 50 del siglo XX.

">Por Jaime Sarusky: Quiero ver en esta Feria del Libro de 2011, y en todas las anteriores hasta sumar 20, un símbolo de la clara voluntad de los cubanos de no cejar en el afán de hacer suya a la cultura y, por ello mismo, al movimiento editorial, a pesar, o quizá por esa misma razón, de las dificultades y carencias que debemos afrontar.Pero todavía tenemos memoria para no olvidar donde estábamos a fines de los años 40 y en los primeros de la década de los 50 del siglo XX.

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Por Jaime Sarusky: Quiero ver en esta Feria del Libro de 2011, y en todas las anteriores hasta sumar 20, un símbolo de la clara voluntad de los cubanos de no cejar en el afán de hacer suya a la cultura y, por ello mismo, al movimiento editorial, a pesar, o quizá por esa misma razón, de las dificultades y carencias que debemos afrontar.

Pero todavía tenemos memoria para no olvidar donde estábamos a fines de los años 40 y en los primeros de la década de los 50 del siglo XX.

Entonces, en solo tres o cuatro mesas mal iluminadas del Parque Central -y solo allí en toda Cuba- se mostraban y se vendían algunos títulos que comercializaban varias librerías de la capital, sobre todo, de editoriales y autores de México, de la Argentina, de España y, tal vez, para que no fuera demasiado penoso, de algún cubano publicado más allá de nuestras costas.

Aquella muestra tan limitada -limitada porque no podía ser de otro modo- se debía a la iniciativa de Raúl Roa, entonces responsable de Cultura en el Ministerio de Educación.

A esas alturas, solo unas pocas personalidades de nuestras letras y de las ciencias sociales, verían sus obras publicadas "en libros". Y esto, gracias a los amigos, a la familia o a unos pocos admiradores del autor, a quienes les alcanzaban los recursos para sufragar su impresión y la publicación. Y todavía hay quienes se preguntan cuál sería la tirada de esas obras, pues nunca iban más allá de 200, si acaso 300 ejemplares. El hoy ya famoso José Lezama Lima, tuvo que conocer y experimentar, más de una vez, esos achaques de la cultura del país para verse publicado.

La fórmula se reiteraba con otros pocos escritores pues solo eran rentables en Cuba los libros de texto para la educación.

La experiencia de Alejo Carpentier no fue diferente. Tampoco publicaría en Cuba en aquellos tiempos porque Écue­Yamba-O, su primera novela, aparecería en 1933 pero en Madrid. Y así ocurrió también con La música en Cuba, publicada en México, a pesar de que ya había regresado de Francia y vivía en la Isla en ese momento.

Tuvieron que transcurrir 30 años y la Revolución, en los inicios de la década de los 60, para ver publicadas en Cuba sus otras novelas, cuentos y ensayos.

En 1936, durante una breve estancia en La Habana, confiesa que le dieron unas "enormes ganas" de quedarse; pero su vida estaba organizada en París y, además, lanzaba una de las primeras estocadas sobre esa cuestión cuando se preguntaba: "¿Qué podía hacer aquí un escritor donde hasta este término era un insulto?" Tal vez una de las contadas excepciones fue la de Nicolás Guillén cuando publica sus poemas en la obra Sóngoro Cosongo.

He mencionado estos casos de notables escritores y poetas cubanos del siglo XX, para subrayar que en aquellos tiempos las miserias de la realidad cultural, convertían al escritor en un don nadie, en aspirante a una realización imposible. Pero no se trataba solamente de editar y publicar libros que, por supuesto, eran propulsores, junto con la alfabetización, del desarrollo, la profundización y el alcance de la cultura.

No olvidemos que gracias a aquel sostenido trabajo editorial podíamos enorgullecernos de que se hubiera formado aquí el Lector (y escribo Lector con mayúscula) como un formidable ejemplo de valor de la cultura cubana.

Otra consecuencia de ese proceso sería también el enriquecimiento de las ideas, es decir, que el espacio cultural e intelectual se hacía cada vez más alto, más complejo y polémico.

Sostener tan orgánica y coherente postura, en la defensa de las raíces y la autenticidad de la literatura y el arte, han suscitado a veces encuentros, debates y también, como en la vida misma, desencuentros, entre el funcionario y el creador, que han desviado el rumbo de progreso de la acción cultural y han interrumpido el diálogo que debió ser más fructífero para el país, para nuestra cultura y para los creadores. En realidad, creo que hemos madurado y quisiera pensar, aspiro, a que se prolongue en el tiempo la atmósfera de trabajo, sin reservas ni recelos, para poder mantener viva la necesidad de hacer más atractivo el universo material y espiritual de los cubanos.

Con la satisfacción de estar aquí, comienza hoy para nosotros, para Fernando y para mí, esta Feria del Libro con sus correspondientes aventuras.

Palabras leídas durante la inauguración de la 20a. Feria Internacional del Libro de La Habana.

Cubasi.cu

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