Hasta el venidero 24 de enero, en el Museo Nacional de Bellas Artes podrá apreciarse parte del universo vibrante salido del ingenio del artista francés, considerado uno de los fundadores del impresionismo. Lourdes M. Benítez Cereijo. [email protected] que susurraran secretos inmortales al oído. Cautivan. Conquistan el espacio indefinido que cubre la delicadeza de sus figuras. Enamoran. Algunas danzan al compás de la melodía del tiempo, otras fluyen desde la mirada cómplice de quien se detiene a admirarlas. Y es que las esculturas de Edgar Degas dominan el hechizo de perpetuar el movimiento.

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Hasta el venidero 24 de enero, en el Museo Nacional de Bellas Artes podrá apreciarse parte del universo vibrante salido del ingenio del artista francés, considerado uno de los fundadores del impresionismo. Lourdes M. Benítez Cereijo. [email protected] que susurraran secretos inmortales al oído. Cautivan.

Conquistan el espacio indefinido que cubre la delicadeza de sus figuras. Enamoran. Algunas danzan al compás de la melodía del tiempo, otras fluyen desde la mirada cómplice de quien se detiene a admirarlas. Y es que las esculturas de Edgar Degas dominan el hechizo de perpetuar el movimiento.

A este encuentro íntimo con un arte que moldea la vida nos invita, hasta el 24 de enero próximo, el Museo Nacional de Bellas Artes, que acoge en la Sala Transitoria del Edificio de Arte Universal la exposición Todas las esculturas de Edgar Degas.

La muestra, que rinde homenaje al aniversario 90 de la prima ballerina assoluta Alicia Alonso, está conformada por 74 piezas presentadas por el M. T. Abraham Center for the Visual Arts, de Estados Unidos.

Bailarinas, caballos y jinetes, rostros y desnudos femeninos constituyen el tema fundamental de las obras que, bajo la firma de la Fundición Valsuani, reflejan el universo vibrante salido del ingenio del artista francés, considerado uno de los fundadores del impresionismo.

Se destaca en la colección la Pequeña bailarina de 14 años, la única pieza que fundió el creador en vida —las demás obras se confeccionaron después de su muerte en 1917— y cuyo original en cera fue expuesto en la VI Exposición Impresionista de París, Francia, en 1881. En su momento no gozó de aceptación por parte de la crítica, pues el ballet era interpretado por jóvenes mujeres que usualmente buscaban un «protector» a cambio de favores. Coinciden estudiosos que para su realización posó como modelo la adolescente belga Marie von Gunten, quien fue bailarina de teatro junto a sus hermanas.

Bien es sabido que, amén de la diversidad de corrientes y estilos, la escultura ha tomado la figura humana como uno de los grandes ejes de su discurso expresivo. No obstante, aunque en el movimiento impresionista no se pueda hacer referencia a un abundante quehacer de esta manifestación —exceptuando la creación de Auguste Rodin— es preciso reconocer que la labor escultórica de Edgar Degas logra maridar armónicamente la representación del cuerpo, en especial el femenino, con el reflejo de la existencia desde una perspectiva natural y directa, según establecían los cánones del arte impresionista.

Como artífice empeñado en capturar la vida en acción, no solo puso su talento en función de modelar las piezas en sí, sino de fusionarlas y complementarlas al espacio que las contenía. Las alianzas que se trenzan entre cada exponente de su creación escultórica y el observador constituyen un diálogo silencioso en el que todo se detiene y el fluir de un cuerpo se inmortaliza en la memoria de un instante.

Seducen en particular las pequeñas figuras danzantes, las cuales parecen salidas de lienzos como Clase de baile, La estrella, Fin del arabesco o El ensayo. El espectador asiste a una escena donde esas ninfas del ballet se deslizan con delicadeza por el mítico engranaje que producen los efectos de luces y sombras. Elegancia, sencillez, gracia en los ademanes, la percepción de elasticidad, equilibrio y precisión en las poses son elementos que denotan el genio de Degas como sutil observador e intérprete de detalles tan visibles y, a la vez, tan ocultos.

Entre las más de siete decenas de esculturas que reúne la colección, pueden ser apreciadas mujeres en diversas situaciones. Unas descansan, arreglan su vestuario, otras alisan su cabello con las manos o toman un baño; incluso se advierte una en estado de gestación; mientras, la mayoría ejecuta poses de ballet. Asimismo, de la serie de caballos —con o sin jinete— resaltan aquellos que galopan, en especial uno que trota y fue representado justo en el momento que sus patas no tocan el suelo.

La muestra Todas las esculturas de Edgar Degas fue exhibida anteriormente en Grecia, Israel y Bulgaria; y de Cuba se trasladará a Valencia (España). Según comentó durante la apertura Alex Rosenberg, organizador y tasador estadounidense de obras de arte, esta es una excelente oportunidad para deleitarse con la obra artística del maestro de origen galo.

Degas, nacido en el siglo decimonónico, no fue un artista que saboreó la plena aceptación de sus contemporáneos. Sin embargo, como ha sucedido con otros tantos grandes que en su momento fueron incomprendidos por la dimensión desestimada de su arte, la historia y el tiempo, a veces no tan implacable, devino referente obligatorio, no solo del impresionismo, sino del universo del arte por aportar una visión distintiva acerca del ballet.

Milagro de inmortalizar un gesto, conversión de un segundo en eternidad y avance de un tiempo detenido donde lo efímero es duradero, es lo que encontrará el visitante que decida conocer los secretos de Todas las esculturas de Edgar Degas.

Edgar Germain Hilaire de Gas

Ese fue el verdadero nombre de Edgar Degas, quien siguiendo sus inquietudes artísticas, abandonó la Facultad de Derecho para dedicarse a la pintura y asistió a la Escuela de Bellas Artes, en París, donde fue discípulo del pintor francés Jean Auguste Dominique Ingres, famoso por obras como La gran odalisca y El baño turco.

Degas, influenciado por el movimiento impresionista, abandonó los temas académicos para consagrarse a temáticas contemporáneas. A diferencia de otros colegas, no se inclinó por el estudio de la luz natural, pues prefirió el trabajo en taller.

Era en extremo perfeccionista; sin embargo, sus obras parecían el resultado de la casualidad. Detrás del reflejo de espontaneidad se ocultaba la labor de un creador que afirmaba: «Si es necesario repetir una obra cien veces, hay que hacerla ciento veinte, ese no es problema».

Si bien gran parte de su obra evidencia su afán por representar la figura femenina, se dice que nunca se casó; incluso existen rumores acerca de un supuesto celibato.

En la década de los 80 del siglo XIX empezó a perder la visión. En muchos de los textos consultados se refiere que, al morir en 1917, su amigo Paul Durand-Ruel descubrió en su estudio muchas obras que el artista nunca mostró. De las piezas que pudo rescatar, hizo un vaciado en cera y de ahí salieron los moldes en bronce.

Según el texto que recibe al visitante en la Sala Transitoria que acoge la exposición, «dos años después de su muerte sus herederos autorizaron a la Fundición Hebrard la reproducción de bronces a partir de originales en cera y yeso elaborados por el artífice a mediados del siglo XIX. Este primer empeño puso al descubierto piezas nunca antes vistas».

Fuente: JR

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