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Subitas tormentas electricas despiertan las supersticiones en Cuba
Tales supersticiones perduran pese al elevado nivel educacional del pueblo cubano, que las heredó de sus ancestros y las mantiene como una suerte de pintoresco rezago cultural.

La filosofía del "por si acaso" alimenta dichos credos, por eso cuando truena y relampaguea, los cubanos cubren los espejos, hacen cruces de ceniza y ni locos tocan un perro, pues piensan que su pelaje atrae los rayos.

Para colmo, incluso los ateos piensan entonces en Santa Bárbara o Shangó, su par afrocubano, pues a tales deidades se les atribuye el poder de controlar y repartir centellazos a diestra y siniestra.

La probada instrucción de los cubanos hace que este fenómeno sea paradójico en este país, teniendo en cuenta que las supersticiones son, según el diccionario Larousse, creencias sin fundamento racional.

Sin embargo, diversos investigadores las consideran parte medular del proceso de formación y consolidación de la nacionalidad cubana, como demuestran los estudios del folclorista Samuel Feijoo.

En la isla subsisten supersticiones universales, como nunca pasar debajo de una escalera, rehuirles a los gatos negros o abstenerse de casarse o embarcarse un martes 13.

Asimismo, una cuchara caída repentinamente avisa de una pronta visita, cuya duración puede acortarse colocando tras la puerta una escoba espolvoreada con sal.

Casi ningún cubano osa beber ron sin derramar antes un chorrito como ofrenda a los espíritus, para secundar el primer trago con un "¡Siá cará!" como un conjuro ritual contra el mal de ojo.

Así, el 31 de diciembre la medianoche cubana se inunda con baldes de agua que botan lo "malo" del año extinto, y al día siguiente es buscada la Letra del Año, para enterarse de las predicciones del inefable oráculo yoruba de Ifá.

Al final todos buscan salud y bienestar, por eso cruzan los dedos y tocan madera para alejar las desgracias y facilitarse cualquier gestión en la complicada dinámica social.

Y si acaso el destino les cruza un sepelio en su camino, nunca vacilarán en exclamar, sin importarle si los dolientes lo escuchan, un cubanísimo y protector: ¡SOLAVAYA!

(PL)

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